Manifiesto de la sinodalidad

Nuestro barrio, la ciudad y el mundo necesitan que caminemos más juntos tras las huellas de Jesús. Nuestra humanidad necesita que nosotras y nosotros formemos una Iglesia más sinodal; tejamos un pueblo de Dios más inclusivo, participativo y corresponsable.

En un mundo a veces tan frío, formemos una comunidad mucho más cálida, abierta y acogedora, a la que den ganas de ir una y otra vez, en donde podamos llamarnos con confianza por nuestros nombres. Seamos capaces de mejorar la unión y participación de quienes más sufren la injusticia, el desempleo, la enfermedad, los conflictos o la soledad. Acojamos especialmente en el corazón de nuestra comunidad a tantas personas inmigrantes que vienen a compartir lo mejor de sus vidas.

Queremos caminar más unidos con todos, vengan o no a misa, de modo que nadie se sienta alejado; más unidos con las personas que han vivido un divorcio o separación; con las personas homosexuales o viven en parejas de hecho; con todos los vecinos, independientemente de su ideología política. Necesitamos unirnos de un modo más integrador y profundo a todos. Mujeres y jóvenes estamos llamados a ejercer mayores liderazgos en la comunidad cristiana, a presidir celebraciones y la oración, a experimentar en todos los servicios y responsabilidades la equidad fraternal de Dios.

Comuniquemos mejor, escuchemos más, celebremos con mayor alegría y vida. Cuidémonos unos a otros, cuidemos del planeta y la justicia junto con el resto de nuestros vecinos y organizaciones del barrio. Queremos parecernos más a los primeros cristianos y avanzar en el discernimiento comunitario para saber cómo unir, cómo servir, cómo celebrar. Cuidemos la corresponsabilidad y la participación en las formas de decidir en nuestra Unidad Pastoral para que todo lo que el Espíritu inspira en cada uno tenga su voz.

Ayúdanos, Señor, a que haya una honda conversión en las estructuras de la Iglesia diocesana, la española y la universal, de modo que sean transparentes, participativas y lugares de deliberación común.

Necesitamos formarnos para ser más capaces de discernir y activos para servir. Compartamos con todos los niños y niñas la creación de una mesa común donde podamos hablar de todo, compartirlo todo, decidir en común, y sea el legado a las nuevas generaciones. Queremos dedicar alma, corazón y vida a construir auténtico Pueblo de Jesús.

María, tú que fuiste mujer, joven, pobre y refugiada, enséñanos a hacer de nuestras parroquias casa de todos, con todos y para todos, casa de oración y de amor. Amén.

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